Chapter Text
Desperté con la sensación de una caricia suave deslizándose por mi cabello. Aún con los ojos cerrados, sentí la calidez de unos dedos recorriendo mis mechones, como si fueran un tesoro.
Finalmente, abrí los ojos. En la penumbra de la habitación, distinguí una silueta inclinada sobre mí, con un par de ojos brillando con ternura. No había palabras, solo el suave susurro de la madrugada y esa caricia, una promesa silenciosa de que todo estaría bien.
— ¿Cómo estás, querida?
Quise responderle, pero el dolor en la garganta me lo impidió, aún resentida por los gritos anteriores.
Dorea pareció darse cuenta, porque me ofreció un vaso de agua mientras me ayudaba a incorporarme. Sentí la sábana deslizarse y, con rapidez, la sujeté contra mi pecho para cubrirme.
Bebí el agua mientras sujetaba la sábana con una mano y buscaba mi ropa con la mirada por la habitación. Finalmente, la encontré doblada en una silla cercana.
— ¿Cuánto tiempo ha pasado? — pregunté, ya con la garganta más aliviada.
— Un par de horas. Pedí que te dejaran descansar antes de que nos marcharamos — me respondió con una pequeña sonrisa.
— Todavía debo comprar mis materiales — murmuré antes de dar otro sorbo de agua.
Dorea dudó un momento, luego me miró a los ojos.
— Lo he hablado con Charlus mientras dormías — dijo, y me enderecé un poco, interesada — Queremos ofrecerte que pases el tiempo antes de Hogwarts en nuestra casa. Mañana podemos volver juntos para comprar tus materiales.
Lo consideré detenidamente, sintiendo una mezcla de emociones contradictorias. Aunque no había motivos para desconfiar de ellos, la idea de pasar tanto tiempo con personas que apenas conocía me ponía nerviosa.
— No sé... — comencé, vacilante — Aprecio la oferta, pero no quiero ser una carga ni... — mis palabras se desvanecieron, sin saber cómo expresar el conflicto interno que sentía.
Dorea sonrió con paciencia, sus ojos reflejando comprensión.
— Entiendo que puedas sentirte así, Casiopea, pero te aseguro que no serás una carga. Charlus y yo estaríamos encantados de tenerte con nosotros. Además, creemos que sería una buena oportunidad para que te familiarices con el mundo al que perteneces.
Aún dudaba, mordiéndome el labio mientras consideraba sus palabras. La verdad es que, en el fondo, me intrigaba la posibilidad de conocer más sobre mi pasado, sobre las personas que mi madre había conocido, pero el miedo a lo desconocido me mantenía en guardia.
— Es solo... — intenté nuevamente, buscando una excusa que me permitiera mantener mi distancia.
— No estás obligada a tomar una decisión ahora mismo, pero quiero que sepas que nuestra puerta siempre estará abierta para ti — continuó Dorea suavemente, inclinándose un poco hacia mí — No tienes que hacerlo sola, Casiopea. Estamos aquí para ayudarte.
Sus palabras, tan amables y sinceras, comenzaron a desarmar mis defensas. Quizá, solo quizá, valdría la pena darles una oportunidad.
— Está bien — dije al fin, todavía un poco insegura, pero sintiendo que había hecho la elección correcta — Me gustaría quedarme con ustedes.
Dorea sonrió, satisfecha, y por un momento sentí que el nudo en mi estómago se aflojaba un poco, se levantó de la cama con suavidad, alisando su vestido mientras lo hacía. Luego, se volvió hacia mí.
— Te daré un poco de privacidad para que te vistas — dijo en un tono amable — James y Charlus nos esperan en casa.
Antes de salir, se acercó y dejó el vaso de agua vacío sobre la mesa de noche, dándome una última mirada cálida antes de dirigirse a la puerta. La cerró con un suave clic tras de sí.
Esperé un momento para asegurarme de que no volvía, y luego me levanté rápidamente para vestirme. Una vez lista, me coloqué la mochila que descansaba en el suelo junto a la silla y me preparé para salir.
La encontré esperando afuera de la habitación. Al verla, me acerqué con entusiasmo, realmente deseando conocerlos mejor. Sentía que era lo correcto.
Mientras recorríamos el camino de regreso para salir de Gringotts, noté un cambio en mí. Me sentía más ligera, más completa, como si una parte de mí que había estado perdida finalmente hubiera regresado. Era una sensación de plenitud que nunca antes había experimentado.
Al salir al callejón, la luna iluminaba el lugar, y solo unas pocas personas paseaban entre las tiendas cerradas.
— ¿Te parece bien si nos aparecemos en la mansión Potter? Sería lo más rápido ahora — preguntó Dorea.
La miré con cierta confusión y luego incliné la cabeza con curiosidad.
— ¿Eso duele?
Ella soltó una risa suave antes de extenderme la mano.
— Es solo una manera rápida de llegar. Te prometo que no duele.
Decidí confiar un poco en ella y tomé su mano con las mías. De repente, sentí que mis pies dejaban de tocar el suelo. La sensación era distinta al viaje en sombras o al transportador que había usado esta tarde. Sentí mi cuerpo siendo tirado en una dirección desconocida, pero el calor de su mano en la mía me tranquilizaba. Así que, cerré los ojos y me dejé llevar.
Cuando mis pies finalmente tocaron el suelo, tropecé con un ligero mareo, al menos el viaje en sombras me había ayudado a procesar los viajes con un poco más de fluidez así que logré mantenerme en pie con la mano de Dorea entre las mías.
— Gracias — dije alzando la mirada con un suspiro.
Frente a mis ojos, una enorme mansión se erguía majestuosa, lujosa y llena de historia. Caminamos hacia el interior cuando las puertas se abrieron por sí solas para dejarnos pasar. Algunas paredes estaban decoradas con retratos antiguos, y el lugar se mantenía iluminado por candelabros colgantes en los altos techos.
— ¿Te gusta? — preguntó Dorea, divertida.
— Nunca había estado en una casa tan grande — susurré, esbozando una pequeña sonrisa.
Una sombra de tristeza cruzó brevemente sus ojos, pero desapareció tan rápido como había aparecido.
— ¿Tienes hambre? Puedes pedirle lo que desees a Gilly y ella te lo traerá, es nuestro elfo doméstico.
Justo al terminar de hablar, una criatura se materializó frente a nosotras con un chasquido. Gilly me miró emocionada, tamborileando sus dedos sobre su pequeño vestido.
— A Gilly le han traído una pequeña señorita. Gilly está emocionada de servir a la pequeña señorita — dijo, acercándose y mirándome con sus grandes ojos — ¿La pequeña señorita desea algo de cenar?
Miré a Dorea, algo sorprendida por la aparición repentina del pequeño elfo. Ella simplemente asintió con una sonrisa tranquilizadora.
— Uhm... sí, por favor — dije, aún un poco desorientada — Algo ligero estaría bien.
La elfo asintió rápidamente, sus orejas largas temblando de emoción.
— Gilly traerá algo delicioso, algo que la pequeña señorita disfrutará mucho. Gilly no tardará nada, nada en absoluto — aseguró, desapareciendo con otro chasquido.
Observé el lugar donde había estado el elfo, todavía sintiendo la calidez de su entusiasmo.
— No te preocupes, Gilly es muy eficiente — dijo Dorea, captando mi expresión — Ha estado conmigo desde que era una niña, así que sabe cómo cuidar bien de la familia.
— No estoy acostumbrada a que alguien... bueno, a que un elfo haga cosas por mí — confesé, entrelazando mis dedos nerviosamente.
Dorea me observó por un momento, sus ojos suaves pero calculadores.
— Aquí las cosas serán diferentes, Casiopea — dijo con voz amable — Esta es tu casa por el tiempo que desees quedarte, y tienes que acostumbrarte a la idea de que eres parte de esta familia. Gilly estará encantada de ayudarte en lo que necesites.
— Lo intentaré — respondí con una leve sonrisa.
Dorea asintió, satisfecha, y extendió su mano hacia mí nuevamente.
— Ven, te mostraré tu habitación mientras Gilly prepara la cena. Estoy segura de que te encantará. Es un lugar donde podrás sentirte cómoda y segura.
Tomé su mano, esta vez con más confianza, y la seguí por los pasillos de la mansión, mientras el eco de nuestros pasos resonaba suavemente en el aire.
Dorea me condujo por varios pasillos, pasamos por salones decorados con muebles antiguos y alfombras tan suaves que daban ganas de hundir los pies en ellas. Finalmente, llegamos a una gran puerta de madera oscura, tallada con intrincados detalles.
— Esta será tu habitación — dijo Dorea, empujando suavemente la puerta.
Al entrar, me quedé sin aliento. La habitación era enorme, con un techo alto y una cama con dosel que parecía sacada de un cuento de hadas. Las cortinas de terciopelo colgaban pesadamente a los lados, y la colcha bordada con hilos dorados brillaba bajo la luz tenue de las lámparas de pared. Había un escritorio junto a una ventana que ofrecía una vista impresionante del jardín trasero, donde las flores nocturnas se mecían bajo la brisa suave.
— Es... es increíble — murmuré, recorriendo la habitación con la mirada.
— Me alegra que te guste — respondió ella, con una sonrisa — Aquí tendrás tu propio espacio. Siéntete libre de personalizarlo como quieras. Este es tu refugio, tu lugar para pensar, descansar y, sobre todo, sentirte a salvo.
Hizo una pausa y me miró con una expresión cálida y sincera.
— Recuerda, querida, esta es tu casa. Eres bienvenida aquí siempre que lo desees. No importa lo que pase o a dónde te lleve la vida, aquí siempre tendrás un lugar al que llamar hogar.
Sus palabras me hicieron sentir una calidez en el pecho, algo que no había experimentado en otro lugar además del campamento. Me acerqué a la ventana, observando el jardín en la penumbra. El lugar exudaba una tranquilidad que no había sentido antes.
— Gracias, Dorea — dije, girándome hacia ella que sonrió — No sé cómo podré agradecerte todo esto.
Ella se acercó y colocó una mano en mi hombro.
— No necesitas agradecerme, cariño. Somos familia.
Justo entonces, un chasquido suave anunció la aparición de Gilly nuevamente, llevando una bandeja con una cena ligera: una sopa humeante, un par de sándwiches pequeños, y una copa de jugo fresco.
— Gilly ha traído lo que la pequeña señorita pidió. Espero que sea de su agrado — dijo con emoción, sus orejas temblando de anticipación.
Sonreí agradecida, sintiéndome un poco más cómoda con cada minuto que pasaba en esta nueva casa.
— Gracias, Gilly. Se ve delicioso.
— Gilly está feliz de que la pequeña señorita lo disfrute — respondió el elfo con una sonrisa satisfecha antes de desaparecer de nuevo con otro chasquido.
Dorea me observó mientras tomaba asiento junto a la bandeja.
— Tómate tu tiempo para asentarte. Mañana, te enseñaré más de la casa y visitaremos nuevamente el Callejón Diagon.
Asentí, sintiéndome abrumada pero al mismo tiempo extrañamente en paz. Mientras se retiraba, me quedé en la habitación, saboreando la sopa caliente y pensando en lo diferente que era este lugar de todo lo que había conocido antes.
Sintiéndome cansada, caminé hacia la cama, donde encontré una muda de ropa limpia cuidadosamente colocada.
Explorando un poco, descubrí dos puertas cerradas en la habitación. La primera llevaba a un amplio closet, en su mayoría vacío, pero con suficiente espacio para lo que necesitara. La segunda puerta me reveló un baño, algo que necesitaba urgentemente.
Me apresuré a usarlo y luego me di una ducha que resultó ser un alivio para mis músculos tensos. Aún sentía el dolor residual en mis articulaciones, pero el agua caliente ayudó a relajarlas.
Agotada, me dejé caer en la cama. El cansancio me estaba venciendo rápidamente.
— ¿Lysander? — llamé en voz baja, con una mano jugando nerviosamente con mi collar y los ojos cerrados.
— ¿Me necesitas, princesa? — Al abrir los ojos, lo encontre recostado contra la pared, brazos cruzados y una leve sonrisa en su rostro.
— Parte de tu trabajo es protegerme, ¿no? — pregunté, intentando mantener mi tono ligero.
Su expresión cambió de inmediato, adoptando una postura más firme, su mirada volviéndose más seria.
— ¿Qué necesitas? — respondió con un tono grave, que me hizo sentir una inesperada seguridad.
— Necesito dormir — admití, soltando un suspiro —. Si ves algo raro o sospechoso, despiértame, ¿quieres?
— Por supuesto, descansa, princesa — dijo con una voz que transmitía calma.
Me acurruqué en la cama, dejando que sus palabras me reconfortaran, y pronto me quedé profundamente dormida.
A la mañana siguiente sentí algo pinchando mi mejilla, una molestia que me hizo soltar un manotazo adormilado. El pinchazo se detuvo, y suspiré, queriendo seguir durmiendo.
Pero el pinchazo volvió, y fastidiada, empujé al causante. Escuché un ruido sordo seguido de un quejido que me hizo sentarme en la cama. Allí, en el suelo, James me miraba con indignación.
— No eres la más sociable al despertar, ¿verdad? — dijo mientras se levantaba y sacudía su pijama.
— ¿Por qué no me dejas dormir? ¿Tienes algo contra el sueño? — me quejé, estirándome mientras mi cabello revuelto rozaba mi mejilla.
— Mamá me dijo que debía despertarte. Le diré que pareces un espantapájaros — amenazó con los ojos entrecerrados.
Observé su cabello despeinado y solté una risa suave.
— Mira quien lo dice.
— ¿Qué? — preguntó, confundido, pero solo negué con un bostezo.
— ¿No puedo dormir un poco más? — pregunté, y James negó con la cabeza mientras caminaba al closet, regresando con un par de pantuflas que colocó junto a la cama.
— Gilly hizo panqueques y huevos revueltos para el desayuno. Se pondrá triste si no bajas a comer.
Con un suspiro, salí de la cama y me puse las pantuflas. James asintió, satisfecho, y me extendió un peine que tomó del tocador.
Lo tomé, algo sorprendida por su gesto, y me peiné ligeramente para acomodar un poco el cabello.
— Perfecto, vamos — dijo, extendiendo su mano. Algo extrañada, la tomé, y salimos de la habitación tomados de la mano, camino al comedor. James se tallaba un ojo, aún somnoliento, mientras caminábamos.
No encontré a Lysander en mi camino.
Al llegar al comedor, encontramos a Dorea y Charlus ya sentados a la mesa. Dorea estaba revisando una carta mientras Charlus leía un periódico con gesto serio. Al vernos entrar, Dorea levantó la vista y nos sonrió.
— Buenos días, querida — saludó, dejando a un lado su carta — Espero que hayas dormido bien.
— ¡Seguro que hasta roncó toda la noche! — intervino James, con una sonrisa traviesa — parecía espantapájaros al despertar.
Le di un pequeño empujón en el hombro, y ambos sonreímos.
— Buenos días — respondí, ignorando su comentario con un suspiro — Sí, dormí muy bien, gracias.
Charlus asintió en nuestra dirección, bajando ligeramente el periódico para mirarnos.
— Nos alegra oír eso — dijo Charlus con una pequeña sonrisa — Siéntate y disfruta del desayuno. Gilly ha preparado algo especial para ti.
— ¡Panqueques! — dijo James con entusiasmo, frotándose las manos — Son los mejores, ya verás.
James sacó una silla para mí con una sonrisa juguetona, y esperó pacientemente a que me sentara antes de ir al otro lado de la mesa. Una vez que me acomodé, él se deslizó en su propia silla, haciendo un pequeño gesto exagerado al acomodarse, como si estuviera en un gran banquete. Yo me uní a ellos en la mesa, sintiendo que el ambiente era cálido y familiar.
— Pensamos que sería buena idea regresar al Callejón Diagon después del desayuno — sugirió Dorea mientras tomaba un sorbo de su té — Las clases empiezan en dos semanas, y ambos necesitan algunos materiales antes de ir a Hogwarts.
Asentí, aunque mi mente estaba en otra parte. Después de un momento de duda, me decidí a preguntar.
— Dorea, ¿podemos hablar después del desayuno? — pregunté, tratando de mantener mi tono casual.
Dorea levantó la vista de su taza, sonriéndome con calidez.
— Por supuesto, querida. Hablaremos cuando termines — respondió con una tranquilidad que me hizo sentir más cómoda.
Asentí, recogiendo un panqueque y sirviéndome un poco de los otros platillos que estaban en la mesa. La comida era deliciosa, cada bocado era mejor que el anterior, y el ambiente en el comedor era relajado y cómodo.
El desayuno transcurrió sin preguntas incómodas, y al terminar, regresé a mi habitación para vestirme.
Mientras me ponía una muda de ropa que había encontrado en el clóset — curiosamente, era exactamente mi estilo — de repente recordé que aún no había contactado a Noah y Dalia.
¡Demonios!
Con rapidez, tomé la bolsa de dracmas que Dalia me había dado y corrí al baño. Cerré la puerta con seguro y abrí la llave del agua, dejando que el chorro cayera con fuerza en el lavabo. Luego, alcé un pequeño espejo hacia la luz que entraba por la ventana, inclinándolo hasta que los rayos reflejados crearan un arcoíris sobre el agua. Satisfecha con el resultado, arrojé un dracma hacia el centro del arcoíris, esperando la respuesta.
—Oh, Iris, diosa del arcoíris, por favor acepta mi ofrenda —murmuré, observando cómo la imagen en el agua comenzaba a cambiar hasta que finalmente vi a Noah y Dalia.
Ellos estaban discutiendo, como de costumbre.
— Te dije que debíamos seguirla — acusó Dalia, claramente frustrada.
— Ella está bien — respondió Noah, rodando los ojos con fastidio.
— ¡Pero no sabemos nada de ella! —gritó Dalia, y Noah, en un intento de evadir la discusión, se tapó las orejas y comenzó a cantar para no escucharla.
Me quedé observando la escena, sonriendo levemente ante su dinámica tan familiar, y aclaré la garganta para llamar su atención.
Noah fue el primero en verme y esbozó una amplia sonrisa mientras se acercaba.
— ¡Estás viva! — exclamó Dalia, dejando escapar un suspiro de alivio.
Les devolví el saludo con un gesto de la mano.
— Hola, chicos, solo quería avisarles rápidamente que estoy bien — dije. Noah frunció el ceño, claramente curioso.
— ¿Dónde estás? Parece un lugar lujoso — comentó, observando con atención lo poco que se veía del fondo. Asentí mientras me limpiaba las manos en el pantalón.
— Me encontré con unos familiares, estoy en su casa — expliqué, lo que pareció sorprenderlos.
— ¿Familiares? ¿Qué familiares? — preguntó Dalia, claramente intrigada.
— Es una larga historia, pero parece que mi madre tenía familia de la que nunca me habló — dije, intentando sonar más casual de lo que realmente me sentía — Estoy descubriendo algunas cosas nuevas.
— ¿Estás segura de que estás bien? — insistió Noah.
— Claro que sí, solecito, recuerda que sé defenderme — respondí con una sonrisa, intentando aliviar su preocupación.
El asintió, aunque todavía parecía un poco inquieto — Tienes razón, confío en ti — dijo finalmente, aunque su voz aún llevaba un toque de preocupación.
Dalia aprovechó el momento para soltar una broma.
— Oye, Noah, no te preocupes tanto. Seguro que Cass ya tiene a todos en esa mansión siguiéndole órdenes.
Me reí, pero sabía que tenía que cortar la conversación.
— Me encantaría seguir platicando, pero tengo que hablar con mi tía ahora — dije rápidamente, sintiendo que la conversación con Dorea no podía esperar más.
— Está bien, pero no te tardes en llamarnos — insistió Noah.
— Lo haré, se los prometo. Nos vemos pronto — respondí antes de despedirme y cortar la conexión, sabiendo que me esperaba una conversación importante.
Una vez lista, me apresuré a ir a la sala de estar, donde ya me estaba esperando. Me costaba un poco orientarme en una casa tan grande, pero finalmente logré encontrar el camino.
Al llegar me encontré con Dorea que me esperaba en la sala, mientras me sentaba junto al fuego, no podía evitar sentirme pequeña en esa inmensa sala, rodeada por los recuerdos de generaciones pasadas. La mirada de tía Dorea, siempre atenta, se posó en mí, como si supiera que había algo que me inquietaba.
— ¿Tenías alguna pregunta en especial, querida? — me preguntó, con esa voz suave y paciente que usaba seguido.
— Dorea, ¿cómo era mi madre cuando era joven? Antes de que yo naciera… ¿Cómo era en Hogwarts?
Dorea se quedó en silencio por un momento, y pude ver cómo su mirada se perdía en el pasado, como si estuviera reviviendo recuerdos que había guardado con cariño. Finalmente, una sonrisa suave apareció en su rostro, y supe que estaba a punto de contarme algo importante.
— Helaena… — empezó a decir, su voz teñida de nostalgia — Era brillante, casi desde el primer día que puso un pie en Hogwarts. Fue seleccionada en Slytherin, como la mayoría de nuestra familia, pero había algo en ella que la distinguía. No era solo su habilidad natural para la magia, que era impresionante, sino también su curiosidad insaciable. Siempre quería saber más, aprender más, y entender los secretos más oscuros del mundo mágico.
La escuche con atención, sintiendo un fuerte deseo de conocer más sobre esa joven que había sido mi madre.
— ¿Era amiga de mucha gente? — pregunté, imaginando a mi madre como una figura popular en Hogwarts, rodeada de amigos y admiradores.
Dorea asintió lentamente — Sí, tenía amigos, aunque no muchos. Era selectiva, pero aquellos a quienes consideraba cercanos eran muy leales. También tenía un lado muy protector, especialmente con aquellos que no podían defenderse por sí mismos. Pero… — hizo una pausa, como si meditara sobre cómo continuar — al final de su tiempo en Hogwarts, noté que se volvió más reservada. Algo la preocupaba, aunque nunca me dijo exactamente qué.
Fruncí el ceño, sintiendo una creciente inquietud.
— ¿Qué pasó después de Hogwarts? — pregunté, intentando entender qué había llevado a mi madre a ser tan diferente. — ¿La viste después de que se graduara?
Dorea suspiró, y su expresión se volvió más seria, como si las memorias que compartía fueran pesadas.
— La última vez que la vi fue… unos meses antes de que desapareciera — Su voz llevaba una carga de tristeza — Helaena parecía distinta, ansiosa e insegura, algo que nunca había visto en ella antes. Me dijo que sentía que la estaban siguiendo, que alguien o algo la vigilaba. Intenté que se quedara conmigo, pero ella insistió en que estaba bien y regresaría despues. Estaba convencida de que el peligro se acercaba.
Sentí un nudo en el estómago al escuchar esas palabras. La imagen de mi madre, preocupada y tratando de protegerse, se me hizo aún más vívida.
— ¿Y no te dijo qué o quién la estaba persiguiendo? — pregunté, casi deseando que Dorea pudiera ofrecerme una respuesta más concreta.
Pero ella negó con la cabeza, su expresión era de pesar.
— No, nunca fue específica. Nunca entendí completamente lo que la aterraba, pero siempre supe que Helaena era una mujer fuerte, incluso en su miedo.
Asentí lentamente, sintiendo una ligera sonrisa en mi rostro.
— Gracias por contarme todo esto, Dorea.
Ella sonrió y se levantó, comenzando a caminar hacia la puerta.
— Resolveré cualquier duda que tengas, querida —Aseguró con calidez mientras nos dirigíamos a buscar a Charlus y James para ir al Callejón Diagon.
Al llegar, Charlus me sonrió y dijo — Vamos a viajar al Callejón Diagon por Polvos Flu.
Antes de que pudiera preguntar qué significaba eso, James se adelantó con su habitual entusiasmo.
— ¡Es fácil! — dijo, tomando una pequeña bolsa de polvo verde brillante de la repisa junto a la chimenea — Solo tienes que lanzar un puñado de estos polvos al fuego, y cuando las llamas se vuelvan verdes, dices en voz alta "Callejón Diagon" y te metes dentro.
— ¿Meterme en el fuego? — pregunté con cierta incredulidad.
James se echó a reír, divertido por mi reacción.
— No te preocupes, no te quemarás. Las llamas solo parecen fuego normal, pero son completamente inofensivas cuando usas Polvos Flu. Es como viajar por un túnel, solo que más rápido — explicó, sonriendo mientras agitaba la bolsa de polvos — Vamos, yo te mostraré cómo se hace.
Observé con atención mientras James lanzaba los Polvos Flu al fuego y, tras un destello de llamas verdes, dijo claramente — Callejón Diagon — antes de desaparecer en el calor del hogar. Al ver que el procedimiento era seguro, sentí un poco de nervios, pero también emoción al saber que pronto me uniría a él.
Nerviosa, pero decidida, tomé un puñado de polvos y los arrojé al fuego como él había hecho. Las llamas se tornaron de un verde esmeralda brillante.
— Callejón Diagon — dije en voz alta, asegurándome de pronunciarlo con claridad, y di un paso hacia adelante, sintiendo que soy absorbida por una especie de torbellino, es como ser arrastrada por un túnel muy estrecho.
En un abrir y cerrar de ojos, me encontré de pie en un lugar completamente diferente. Las paredes de la chimenea se apartaron y aparecí en el interior de una tienda. Me tambaleé un poco al salir de la chimenea, recuperando el equilibrio justo a tiempo para no chocar con una pila de libros antiguos que estaban apilados junto a la salida.
La tienda estaba repleta de objetos extraños: libros con cubiertas desgastadas, frascos llenos de ingredientes mágicos, y estanterías abarrotadas con todo tipo de artefactos. El aire olía a polvo y pergamino viejo, mezclado con un toque de algo dulce.
Miré a mi alrededor, tratando de orientarme, cuando escuché una risa familiar. James estaba de pie a unos pasos de mí, sonriendo ampliamente.
— ¡Lo hiciste! — exclamó — Bienvenida al Callejón Diagon... o más bien, a la tienda de objetos curiosos de Flourish y Blotts.
Dorea y Charlus aparecieron justo después, saliendo con gracia de la chimenea, como si lo hubieran hecho miles de veces antes.
— ¿Todo bien, querida? —preguntó Dorea con una sonrisa, mientras yo asentía, aún fascinada por lo que acababa de experimentar.
Antes de que pudiera decir algo, Charlus intervino con entusiasmo:
— ¡Perfecto! Creo que es hora de que vayamos a Ollivanders. Es el momento de que encuentren su varita. No hay nada más emocionante que ese primer encuentro.
Mis ojos se iluminaron al escuchar esas palabras. El momento que había estado esperando desde que había leído en mi lista de materiales que necesitaríamos una varita. Con un asentimiento, seguimos a Charlus y Dorea mientras salíamos de Flourish y Blotts, adentrándonos en el bullicio del Callejón Diagon.
A medida que caminábamos, el ambiente animado del callejón nos rodeaba: magos y brujas se movían con prisa, charlando y comprando sus suministros, mientras las tiendas exhibían productos mágicos de todo tipo. El camino hacia Ollivanders estaba repleto de maravillas, pero yo no podía pensar en nada más que en el lugar al que nos dirigíamos.
Finalmente, llegamos a la pequeña y antigua tienda de varitas. Su exterior era modesto, con un letrero que simplemente decía "Ollivanders: Hacedores de Varitas desde el 382 a.C." La puerta de madera envejecida y las ventanas polvorientas le daban un aire de misterio y antigüedad que me hizo sentir curiosidad.
Charlus empujó suavemente la puerta, haciendo sonar una campanilla que resonó en el interior. Entramos en el pequeño y estrecho establecimiento, donde el polvo flotaba en el aire y las estanterías estaban repletas de pequeñas cajas que parecían estar allí desde tiempos inmemoriales.
No había nadie a la vista, pero antes de que pudiera preguntar, una figura delgada y de cabello plateado apareció de entre las sombras. El hombre, con ojos claros y penetrantes, nos observó con una sonrisa enigmática.
— Bienvenidos a Ollivanders — dijo, su voz suave pero resonante — Veo que han venido en busca de varitas.
James, con su habitual energía juguetona, fue el primero en dar un paso adelante. El señor Ollivander lo miró de arriba abajo, asintiendo para sí mismo antes de sacar una cinta métrica con marcas plateadas.
— Muy bien, jovencito, vamos a ver qué varita te elige — dijo mientras la cinta métrica comenzaba a moverse por sí sola, midiendo la longitud del brazo de James, la distancia entre su muñeca y el suelo, la anchura de su mano, e incluso la separación entre sus ojos. James intentaba quedarse quieto, aunque no pudo evitar reírse cuando la cinta se enroscó alrededor de su cabeza para tomar una última medida.
— Es un proceso muy importante — comentó el señor Ollivander — cada detalle cuenta para encontrar la varita adecuada.
James asintió con seriedad, aunque no pudo esconder la emoción en su mirada. Nos quedamos observando en silencio mientras el señor Ollivander comenzaba a buscar entre las muchas cajas apiladas en las estanterías, murmurando para sí mismo mientras seleccionaba una varita tras otra, con la esperanza de que una de ellas fuera la indicada para James.
James tomaba cada varita que el señor Ollivander le ofrecía y realizaba un hechizo simple, pero ninguna de ellas parecía encajar. La primera, de roble, no produjo el efecto deseado. Luego probó una de sauce, que tampoco parecía ser la adecuada. La varita de abeto que intentó después provocó un destello deslumbrante, pero Ollivander no lo aprobó.
Finalmente, el señor Ollivander sacó una varita tenía un aire especial, como si estuviera esperando a ser elegida. Ollivander la presentó a James con una expresión de expectativa en su rostro.
— Varita de caoba, con una longitud de 11 pulgadas y un núcleo de pelo de unicornio, veamos qué tal esta — dijo el señor Ollivander mientras le entregaba la varita a James.
James la tomó en sus manos con cuidado, y en cuanto la movió, sentí una corriente de energía en el aire. La varita emitió un suave resplandor dorado y James la sostuvo con una sonrisa creciente. Era evidente que había una conexión instantánea entre él y la varita.
— ¡Eso es! — exclamó Ollivander, visiblemente complacido — Esta varita ha elegido a su nuevo propietario. Es excelente para transformaciones, justo como se esperaba.
James sonrió ampliamente, y pude ver en su rostro una mezcla de alivio y satisfacción. Me sentí emocionada por él y también por la oportunidad de experimentar algo tan significativo en el proceso de encontrar una varita. Mientras el señor Ollivander guardaba las varitas que no habían sido adecuadas, James nos mostró la varita elegida con orgullo, y su entusiasmo era contagioso.
Finalmente llegó mi turno en la tienda de Ollivanders. Sentía una mezcla de nervios y emoción mientras me acercaba al mostrador, donde el señor Ollivander me observaba con una sonrisa enigmática.
Primero, el señor Ollivander comenzó con la medición, repitiendo el proceso que había realizado con James.
— Cada varita tiene su propia personalidad y necesita encontrar a su mago adecuado — comentó Ollivander — Vamos a encontrar la varita que te elegirá a ti.
Después de tomar las medidas, Ollivander comenzó a buscar entre las muchas cajas en sus estantes. Me observó mientras él probaba varias varitas conmigo, una tras otra.
Probé varias más, cada una con su propio diseño y núcleo, pero ninguna parecía ser la correcta. Cada vez que una varita no era adecuada, Ollivander la devolvía a su lugar y sacaba otra caja. La búsqueda era emocionante, pero también algo agotadora.
Finalmente, Ollivander sacó una varita que llamó mi atención — Varita de cerezo con una longitud de 10 pulgadas y núcleo de pluma de fénix.
La ofreció con una sonrisa, claramente esperanzado — Vamos a probar esta — dijo, pasándome la varita.
La tomé en mis manos y al moverla, sentí una respuesta inmediata. La varita vibró suavemente y emitió un cálido resplandor. La sensación fue reconfortante, como si la varita se adaptara perfectamente a mí.
— ¡Eso es! — exclamó Ollivander, con una sonrisa satisfecha — Esta varita parece haber encontrado a su mago. Es excelente para encantamientos y magia compleja.
Finalmente, el señor Ollivander preparó las varitas para llevárnoslas. James y yo nos miramos emocionados, sintiendo el peso de nuestras nuevas varitas en las manos.
— ¡Felicidades a ambos! — dijo Dorea con una sonrisa cálida — Están listos para empezar esta nueva etapa.
El señor Ollivander nos entregó las varitas en sus cajas correspondientes y Dorea pagó la suma de 7 galeones por cada una no sin antes prometerle pagar lo mio después de retirar un poco de dinero de Gringotts. Después de completar la transacción, nos dirigimos hacia la salida de la tienda.
— Ahora que ya tenemos nuestras varitas, es hora de buscar túnicas — anunció Dorea.
Salimos del pequeño y polvoriento establecimiento y nos dirigimos hacia la tienda de túnicas. La calle estaba llena de gente haciendo sus compras, y el bullicio del Callejón Diagon se sentía vibrante y animado. Nos dirigimos a una tienda cercana especializada en túnicas escolares, lista para continuar con nuestra jornada de compras.